domingo, 15 de julio de 2007

Ahora ya no, han pasado varios meses y las cosas comienzan a ser repetitivas. Pero, durante las primeras semanas de vivir en Madrid, siempre, cada día, cada vez que entraba en algún vagón de metro, olía a aceitunas. Era como si alguien se preocupara de tenerme el alma contenta.
En cierta ocasión, recuerdo, había un niño regordete comiendo gusanitos y fritos y cosas de matutano llenas de maravillosa grasa, pero con un olor increíblemente fuerte. No importó en absoluto, allí al entrar estaban como esperándome, mis aceitunas de Jaén, o de Ciudad Real, que para el caso es lo mismo.
No sabría decir exactamente cuándo esta sensación dejó de repetirse, pero sí sé que el día siguiente al robo parecía que había, no personas, sino olivos dentro del metro. ¿Os imagináis que en los andenes, o en los pasillos interminables se hubieran plantado olivitos acompañándonos a lo largo del día?