domingo, 12 de agosto de 2007




La Glorieta de Cuatro Caminos es una plaza en la que confluyen cinco calles y una callejuela, El camino de Los Artistas. Todas las calles son de doble sentido, pero Los Artistas sólo es de entrada. Emboscarse en ella supone conocer los riesgos de tamaña aventura. Si uno desea salir, puede hacerlo por alguna de las otras callejuelas que la cortan. La de Cicerón o, mejor aún, Dulcinea o Don Quijote, que son las dos que cortan mi manzana, o cuadra como dicen por acá. Si el otro día despotricaba contra este submundo, hoy sólo comentaremos.

El día que vine a ver el apartamento, el ocho de enero, no suponía que deseara marcharme tan pronto. Sin embargo, hay vida, mucha vida alrededor del McDonalds que vigila la Glorieta. Todos los domingos, como antes entorno a las iglesias, se forma una barahunda de gente increíble. Algunos, incluso, compran hamburguesas. De aquí hasta Plaza de Castilla, está lo que se ha dado en llamar el Bronx de Madrid. O algo así. Los Artistas queda del otro lado, lógico, el del bueno. A tiro de piedra del mercado de las Maravillas, famosísimo en Madrid por la calidad de sus productos, afirman quienes lo conocen. De momento, yo me he paseado por su interior y, en verdad es fantástico o, mejor, interesante.

sábado, 4 de agosto de 2007


Ser artista en Madrid es como ser puta en la Casa de Campo. A nadie le importa. Pero, al igual que a las putas de la Casa de Campo, recién expulsadas de su lugar de trabajo, nos sucede que en Madrid tenemos las mejores oportunidades para poder ver nuestros textos publicados. Por supuesto, esto no tiene nada que ver con el hecho de vivir en La calle de los Artistas, que se llama así porque en su interior se hallan seis artistas por metro cuadrado. Artistas del sexo, del mangoneo, de cómo beber desde las cuatro de la tarde y seguir haciéndolo hasta las seis de la mañana como si tal cosa, artistas del pis, de cómo llenarlo todo de mierda y parecer natural. Además, hay algunos que se dedican a escribir. Yo. O a pintar, un vecino mío. Pero he decidido marcharme de aquí. Mi vecino, el pintor, cada día está más desquiciado. A sus más de sesenta años todavía nadie se ha dado cuenta de lo bueno que es. Eso me cuenta casi a diario. Se ha pintado todos los rincones del Retiro, incluso aquellos que nadie sabía que existían. El otro día me explicó que se vino a este callejón para ver si así el arte afloraba en toda su intensidad. Yo me vine porque no encontré nada mejor en los pocos días que busqué.
La calle de Los Artistas es retorcida, imprevisible en sus múltiples recodos, sorprendente siempre, bulliciosa en los primeros tramos y tenebrosa hacia el final, donde vivo. Los Artistas es una calle que la gente decente no quiere recorrer, prefiere atravesarla. Otros preferimos marcharnos.