martes, 4 de diciembre de 2007


A veces nos sucede que entramos en el metro con la esperanza de que el tren lo haga a la vez y no perder así tiempo; sin embargo, nos paramos en seco porque resulta que somos los únicos en todo el recinto. No hay tren, no hay gente, no hay ruido. Caminas en dirección a la cabecera y te sientes, te escuchas. Y, entonces, una chica asoma por la entrada lejana del otro andén. Se detiene, te mira, os miráis, y la sonrisa se repite en vuestros labios. Pero no decís nada, sólo camináis hacia un encuentro imaginario, porque estáis en andenes diferentes. Y en el cruce la mirada es más intensa, como si construyerais un puente sobre las vías. La gente comienza a llenar el lugar, y en breve algún tren acabará con esa historia de amor. Tal vez sea mejor así, incluso es probable que si las circunstancias hubieran sido mejores, no habría habido ninguna historia.
Desde que vivo en Madrid he tenido varias historias de amor de este tipo. Historias que parece que sí, pero en realidad ya ha sucedido lo que debía suceder. Las escaleras, los andenes, las calzadas, los túneles, los cruces, incluso ya puestos hasta el messenger, o el chat de gmail. No sé, creo que he vivido demasiadas historias de amor con demasiadas mujeres aquí en Madrid, pero aún conservo un regusto de que no es suficiente, de que debe de haber otra forma de sentirse querido en esta ciudad.

3 comentarios:

Jan D. Walter dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Jan D. Walter dijo...

Esto, no me ha pasado en más de dos años. Ahora puede que me vuelva a pasar, pero todavía no. Todavía ha pasado demasiado poco tiempo para ese tipo de historias tan dulce. Todavía.

Jan D. Walter dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.