sábado, 29 de marzo de 2008

En el periódico dice el titular: "Mugabe, amenazado con una sublevación al estilo de Kenia." Pero la foto que acompaña la noticia, comunica exactamente lo contrario. Una mujer se arrastra, con su hijo a sus espaldas, bajo los alambres de espino, como si de unos entrenamientos militares se tratara. Y el pie reza así: "una mujer zimbabuense con su hijo a cuestas cruza ayer, ilegalmente, la frontera de su país con Suráfrica." No voy a hacer ninguna comparación entre la realidad y Madrid. Es imposible, y es obsceno. Pero el alambre de espino me ha recordado que hay un edificio cerca de Sáinz de Baranda rodeado por un muro al que corona un largo alambre de espino. Las hojas del portón no cierran bien, así que el viajero puede ver mínimamente el patio interior. Hay una, tal vez varias, camionetas. Quizá son de transporte urgente. He pensado que, quién sabe, ese edificio es usado por algún grupo dedicado al tráfico de seres humanos. Sí, ya sé que es exagerado. Pero, de repente he visto a la mujer que se arrastraba por el barro, saltando el muro e rajándose todo el cuerpo para lograr la libertad. Porque al fin y al cabo, eso es lo que busca la gente. Libertad. Por eso Madrid, más que ninguna otra capital europea, se llena de extranjeros provenientes de lugares donde no hay libertad. Uno siente que hay más libertad, menos tensión que en otras partes de España. Los madrileños no son daltónicos, y por eso los alambres de espino, todos los sabemos, no tienen como finalidad impedir que alguien salga, sino protegerse de que alguien entre. La libertad es eso, saberte seguro y confiado. Por eso, una mujer arriesga su vida por el barro y los alambres de espino, y por eso alguien en Madrid lo usa para ser aún más libre.
Acabo de leer en un periódico digital lo siguiente: "Llega la hora del Planeta", así, con mayúsculas. Al principio, claro está, he pensado que se trataba de algún supermegapremio de la Editorial Planeta. Algo tan sorprendente que dejaría el Premio Planeta en cosa provinciana. Pero resulta que de lo que se trata es del planeta Tierra. Parece ser que hay pensado que hoy 29 de marzo, a las 20:00 horas de tu franja horaria, se apaguen las luces de tu ciudad.
¿Alguien se imagina Madrid a oscuras? Y, ¿por qué a las ocho de la tarde? Si la finalidad es hacer algo simbólico, lo lógico sería a medianoche, cuando las luces de las discotecas están comenzando a subir la intensidad, y los bares están atiborrados de seres ávidos de cervezas y pinchos. Y si de lo que se trata es de ahorrar energía, también a las doce de la noche habría sido mejor que a las ocho de la tarde, ¿ya es de noche?
La noticia continúa, y nos cuenta que más de doscientos ochenta mil personas de todo el mundo, no de Madrid, sino de todo el mundo, se sumarán al acto. A esto hay que sumar más de veinte mil empresas que, como todos sabemos, trabajan los sábados, en plan estajanovista. Pero, ¿hay alguien que se tome en serio este acto? Porque seguro que es una broma, al fin y al cabo el uno de abril está cerca, y dado que cae en diario, tal vez...
Me gustaría saber qué pasaría en realidad si una Nochebuena todo Madrid, no diré ya todas las capitales del mundo, no, sólo Madrid, se quedara a oscuras. Apagón que te crió. ¿Qué haría el Corte Inglés? Podría suceder que, como ahora nos quieren concienciar, el ayuntamiento hubiera convencido a todos los empresarios para que, no sólo apagaran las luces durante una hora, sino que no abrieran ese día. De verdad, ¿os podéis imaginar el caos de esta ciudad? Yo no. Es más, creo que sería imposible. Si Madrid se caracteriza por algo, creo, es por ser bastante ácrata, al margen del color del gobierno. Por lo que me parece que nunca los madrileños escucharían las ocurrencias de un alcalde con poco sentido común y mucho progresismo.

miércoles, 12 de marzo de 2008

El viajero, poco acostumbrado a las exquisiteces, a veces se encuentra con que en algún teatro, por ejemplo El Español, un grupo de gente entusiasta, por ejemplo la compañía Mijail Chéjov, representa una obra sencilla en su puesta en escena, pero complejísima y llena de matices.
En Chéjov en el jardín vemos el espíritu del escritor pasear por su jardín, mezclado entre diferentes personajes que fueron importantes en la vida del dramaturgo. Todos llegan al lugar debido a una amnesia. Allí, a lo largo de las cuatro estaciones del año, el viajero ve lo efímero del tiempo, gente que busca un sentido a la vida. Se ve, también, un tono jocoso humorístico de la torpeza del ser humano, y de los obstáculos que no nos permiten avanzar.
Pero, en el fondo, de lo que trata es de la espera de Chéjov. Los seis personajes están convencidos de que el maestro llegará de un momento a otro. Pero no llega (como en Esperando a Godot). Y esperan que cuando el autor aparezca les dé algún sentido a sus vidas (como en Seis personajes en busca de un autor). Y es que toda la obra es un homenaje al teatro; es un metateatro de dos horas, que pasan desapercibidas al viajero ávido de experiencias que le hagan sentir vivo.
La entrada se realiza por el escenario, y de allí a una grada minúscula, donde se hallan los asientos del espectador. La propia incomodidad de los asientos nos avisa de que aquello que vamos a ver sólo es para los que se esfuerzan, para los que no aceptan lo fácil como si fuera lo único posible. En todo el teatro tal vez había unas ciencuenta personas, no más.
No sé qué podría decir que relacionara esta obra con Madrid, pero me resulta casi imposible imaginar su representación en una capital de provincias, con gente adocenada, satisfechas de haberse conocido, o en lugares más preocupados por hacer valer una lengua o una cultura que por buscar la cultura y la verdad. Esta obra habla de Chéjov, de la verdad, del teatro, del sentido común, de la sencillez de lo importante, de la imposibilidad de encontrar, de lo importante que es buscar. Y estas cosas, creo yo, suceden a diario por las calles de Madrid.